viernes, 2 de marzo de 2012

RECETAS SOLIDARIAS

Hoy he tenido el inmenso placer de compartir un ratito con Ángela.
Ángela es una mujer que toda su vida ha trabajado en la cocina, nacida en los años 40, cuando las mujeres eran “cocineras” y los hombres “chef”.
Ahora, su vida consiste en poder dar de comer a los más necesitados, su tiempo lo dedica a trabajar como cocinera de un comedor social.
Nada más entrar en el comedor hay un olor a natillas que me lleva a mi niñez, esas natillas que mi madre preparaba con una galleta María en medio.


Un fuerte abrazo y un beso son nuestra carta de presentación, Ángela se encuentra limpiando pescado, pues, de la Lonja han donado una bandeja.  


Ya tenemos la comida de mañana, me dice. Con las cabezas  haremos un
buen caldo y el resto del pescado lo hacemos encebollado con las papas que nos mandan del Merca.
Hay bastante fruta fresca, y una cajita de batidos nutricionales donados por una farmacia para las personas mayores más debilitadas; a veces se niegan a comer y sus condiciones son bastante precarias, el maldito destino a veces es cruel con quien no lo merece.
Del caldero central sale un aroma a fritura que sería las delicias de cualquier restaurante. Se está preparando un potaje de lentejas que junto a unos macarrones con atún, van a ser el menú de hoy.

Comemos un poco porque más tarde el volumen de trabajo no lo permitirá. Parece que estoy comiendo en el patio de mi abuela, el sabor al potaje me dispara a 1975, donde los sabores no se adulteraban y un potaje sabía a potaje, los macarrones a pesar  de ser de atún, tenían escondido un toque de chorizo que los hacía todavía más interesantes. Junto a vivencias, risas y anécdotas, escondían las penas y desolación de los comensales que allí se disponían a degustar esos platos hechos con tanto cariño.

Después de la natilla, toca coger fuerzas para empezar a servir a los comensales. Luego, hay que limpiar y preparar los ingredientes donados para utilizarlos al día siguiente.
No sólo regalan su experiencia, sino su tiempo, algo tan valioso  que nosotros apenas sabemos apreciar.
Tiempo para amar, compartir, sentir y disfrutar, aunque sea en un comedor Social.
La observo y veo la experiencia hecha calma, la bondad de sus ojos al señalarme una pareja de ancianos que, aún siendo pobres y casi no tener que comer, derrochan una serena alegría y de la mano, saludan a su “chef”.
Personas con historias, historias con recetas, yo cada día doy gracias por rodearme de personas tan buenas, vacunadas contra el egoísmo y la maldad.
Después de servir, limpiar y preparar todo para el día siguiente, me despido de Ángela y de su equipo de voluntarias, y observo un cartel pintado que me hace pensar.


 La experiencia adquirida, enriquecedora y humana. Dios los guarde por muchos años.

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