Quiero dedicar esta receta a mis amigos Javi e Iñaki, que son dos humanos fantásticos a los que les encanta el mojo con papas arrugadas.
Es una comida que normalmente se sirve como picoteo, pero un buen plato con un vaso de vino tinto te puede dejar como dice el bueno de Iñaki, “pianito, pianito”.
Mi madre solía ponerlo los domingos en la finca de mi abuelo en Tacoronte y solíamos comerlo con queso asado, mojo y una sartenada de gambas al ajillo que mi madre preparaba como los ángeles.
También caía alguna papa negra con almogrote, lo que hacía la velada todavía más confortable. Hablando sobre la tierra y los productos que de ella afortunadamente se pueden sacar, del vino y de la amistad.
Siempre lo he dicho, una buena comida, por simple que ésta sea, adornada con una compañía agradable, son la esencia del buen rato. Afortunadamente yo disfruté algunos de ellos.
Pero vamos al tajo, cogemos las papas, las lavamos y sin quitarles la cáscara, las añadimos al caldero cubriéndolas de agua y un puñado bueno de sal gorda (no te preocupes que la papa no quedará salada, la cáscara absorberá toda la sal).
Que rompa a hervir con todas sus ganas, unos 20 minutos y cuando la pinches y estén blanditas, escurres el agua y vuelta al fuego un momentito para secarlas, verás que la salitre queda en la cáscara.
Con respecto al queso, pártelo en lascas de un dedo de grosor y añádelo a la sartén con un poco de aceite de ajo (aceite que mi madre tenía en un biberón con unos dientes de ajo)
Cuando esté dorado dale la vuelta, un poco de mojo rojo o verde y servimos junto a las papas.
Y para terminar, en una paellera o una sartén no muy grande con aceite de oliva, picamos los ajos, pelamos las gambas y les damos un bailoteo. No vas a parar de mojar pan.
Esta comida tan sencilla amenizaba muchos de mis domingos a la vera de mi madre, correteando y volviéndola loca con mis cosas de niño chico.
Quisiera dar la enhorabuena a Javi y Ruth, pues acaban de ser papás de su segunda niña, Leire. ¡Muchas felicidades amigos!
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